sábado, 31 de octubre de 2009

Victor, el molinito


En una galería cerca del mar, en un kiosquito buena onda, había un mostrador con varios molinitos que giraban con el viento. En general giraban fuerte cuando soplaba fuerte, no tanto cuando no soplaba tanto y nada cuando no soplaba. Con el tiempo, los kiosqueros habían aceptado esa forma de actuar de los molinitos, siempre hacían lo mismo, tanto que ya ni se notaba. Pero en ciertos momentos la cosa parecía cambiar.

Más de una vez los chicos se dieron cuenta que había un molinito de aspas amarillas y verdes y, en el centro, un ojo colorido en revoltoso espiral, que no hacia lo que uno esperaba. En el medio de la noche, mientras la gente se juntaba en las mesas y la galería se llenaba de risas y alegría, sucedía que todos los molinitos giraban con el viento pero, inadvertido, el molinito especial empezaba lentamente a girar en la otra dirección. Otras veces, cuando antes de una tormenta se levantaba un fuerte viento, nuestro molinito se mantenía estático con su ojo espiralado manteniendo fija la mirada.

Ante la mirada de la gente el molinito se ponía a actuar como los demás por miedo a que no les guste que sea diferente. Pero no le pasaba lo mismo con los trabajadores del lugar. Ellos tenían amigos tan diferentes y los trataban tan bien que el molinito se empezó a soltar delante de ellos.

Con el tiempo los chicos se dieron cuenta que había algo especial en él. Llenos de curiosidad lo tomaron y lo llevaron con ellos dándole así, sin darse cuenta, piernas para moverse, una forma de explorar el mundo buscando las cosas que lo hicieran girar. Así también, junto con sus piernas, gano un nombre, Víctor, el molinito

Víctor con sus nuevas piernas se lanzó a explorar el mundo. Descubrió que las largas caminatas a la playa lo hacían girar como loco al igual que los árboles que se mecían suavemente con el viento. Descubrió que le encantaba andar en bicicleta por la galería, dando vueltas y vueltas entre las columnas. En un momento, al ver a lo lejos un lugar abarrotado de gente, Víctor salió corriendo para estar con ellos pero apenas llego a la puerta frenó al instante viendo que no era gente alegre sino gente aburrida y encerrada. Dio media vuelta y siguió buscando, y encontró un grupo de gente reunida que reía sin parar, con ellos se quedó girando contento un buen rato.

Uno de los kiosqueros vio que el molinito giraba más o giraba menos según quienes tenía alrededor. El asunto es que este kiosquero también era diferente, tenía un problema en la vista. Sus ojos no podían ver a las personas. Esto le traía muchos problemas para comunicarse. Al no ver a la gente una y otra vez el joven se metía en enredos y malos entendidos. Pero lejos de ser algo malo esto tenia también sus ventajas, el kiosquero no veía a las personas pero si podía ver a las almas y se comunicaba muy bien con ellas. Las almas se escondían a veces en los cuerpos de la gente, quedándose a veces en una misma persona o pasando entre una y otra otras veces, esparciéndose y contagiándose. También flotaban libres en el aire como la sensación de tormenta o se metían en cualquier objeto dándoles belleza e importancia. Ya sea un botón, un pedacito de cartón, una foto en blanco y negro o lo que sea.

Viendo esto el joven se dio cuenta que Víctor brillaba con el brillo de las almas. Éstas lo hacían girar, acariciándolo y empujándolo con fuerza. Y cuanto mas brillaban las almas que los rodeaban Víctor y el kiosquero eran mas felices.

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