sábado, 31 de octubre de 2009

Cartas




Poco a poco fuimos aprendiendo las reglas. Nadie nos había dicho cuáles eran, ni siquiera nos habían dicho que existían reglas, pero nos dimos cuenta. Por nuestra cuenta, poco a poco, las fuimos descubriendo.

Todos en el lugar llevaban sus cartas contra el pecho, nosotros teníamos que adivinarlas. Esto es posible sólo cuando uno comparte la misma carta con el otro. Pero, ¿Cómo saberlo? Me guié por las miradas, por las sensaciones que me provocaba ver a cada jugador. Pensé en buscar a los que sentía que eran como yo. Termine buscando a aquellos a los que yo admiraba. Buscaba a los que eran como yo quería ser.

Grandes vergüenzas pasé equivocándome. Mostrar tu carta y que sea diferente a la del otro lleva a risas y burlas y al horrible rechazo. Aun mayor viniendo de aquellos a quienes admiraba.

Con el tiempo ya no quise jugar, aprendí que el llanto no me gustaba y encontré el silencio. Ya no me fije en las personas que, se suponía, debían llamar mi atención y tiré la carta que me había enseñado eso.

Me puse a jugar con las cartas que tenía hasta el momento. Sin ganas primero, pensando en demostrar a quienes quería que no me importaran, que no me importaban, pero pensando en ellos. Armé castillos, juegos simples, cajas, libritos y con el tiempo aprendí a disfrutarlo y me olvidé de ellos.

Los castillos se volvieron hermosos palacios con habitaciones que yo no recordaba haber puesto ahí. Los juegos se tornaron más y más complejos y con ellos aprendí cosas que iban mas allá de las reglas con las que jugaba. Con las cartas armé códigos y escribí frases hermosas, frases estúpidas, verdades y mentiras. Con ellas armé poemas hermosos y poemas estúpidos y descubrí que allí ya no había verdades ni mentiras, solo poemas. Con el tiempo llegue a tener muchísimas cartas, y otros tantos juegos.

Algunas veces quise mostrar mis creaciones, pensando que lo que había alcanzado generaría asombro y podría compartir su belleza. Primero junté a quienes me importaban y les mostré todo, emocionado, sin prestar atención a su reacción hasta que hube terminado. Lleno de energía les hice jugar a mis juegos explicándoles los detalles, recorrimos juntos los pasillos y terrazas de todas mis creaciones y les mostré de una vez todas mis cartas.

Cuando terminamos algunos me dieron palabras de aliento que me llenaron de alegría pero la mayoría se preocupó por mí. Esto preocupó a los primeros y dejaron de alentarme. Me recomendaron que consiga ayuda y me llevaron con un experto en cartas, me dijeron que él podría hacerme mejorar, que podría ayudarme, nunca supe a qué.

Este hombre me explicó cómo algunas cartas que yo tenía sobraban. Que ésas cartas no existían ya que nadie más las tenia, dijo que no estaban allí y me obligó a tirarlas. Yo que no quería perderlas, nunca pude creer que no existieran, sintiéndolas como las sentía. Con mi alma envuelta en dolor aproveche que el experto no podía verlas y en vez de tirarlas las guarde dentro de mi y nunca mas volví a mostrarlas. Luego, siguiendo sus instrucciones, ordené las cartas que me quedaban, las que podía usar para jugar con los demás. Pero no jugué. El juego ya no era doloroso pero era simple, fácil. No parecía tener ningún sentido y desde ese momento sólo lo utilicé para conseguir nuevas cartas.

Con el tiempo empecé a cruzar gente por los pasillos de mi palacio. Escéptico pero algo emocionado considere que podrían llegar a haberlo aceptado. Más y más gente empezó a aparecer circulando por los pasillos. Mi emoción creció con la multitud y olvidé mi escepticismo. Les empecé a hacer notar las cosas que más me gustaban, sus techos, sus columnas, la forma en que la luz cambiaba de color con las diferentes cartas. Ellos me miraron extrañados y así noté que no veían lo mismo que yo. Noté que solo caminaban por ahí, con sus ojos dados vuelta mirando hacia dentro porque una carta decía que era bueno hacerlo. Así es como uno a uno fueron desapareciendo, y así es como sólo quedaste vos.

Te vi mirando contenta las molduras de unas columnas y te miré bailando en una habitación donde caía constantemente una lluvia de cartas. Viste y disfrutaste aquellas cosas que nadie más había visto. Yo miré tu sonrisa, diferente a las de los otros y no pude dejar de admirarla. Me llevaste al lugar donde la habías encontrado y la compartiste conmigo. Me mostraste tus palacios y yo te mostré los míos. Y nos amamos en cada habitación. Inventamos un juego nuevo y lo jugamos juntos. Y nos llamaron locos. Pero no nos importó, los dos habíamos tirado esa carta.

1 comentario:

  1. creo que, cada vez que lo leo, hace que se escape lágrimas de mis ojos.
    me gusta. ya tu sabes.
    me llena.

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