sábado, 31 de octubre de 2009

Miradas



En la sala de parto todo se iluminó, cada rincón se bañó de un blanco estridente. Detrás de cada objeto, dentro de cada cuerpo, cada idea, le belleza de este ser brilló.

Mirándolo de cerca luego de que los ojos se acostumbraban un poco se podía ver un hermoso ser, rosadito, sonriente, con un brillo en sus ojos que sólo era igualado por el brillo del sonido de sus risas. Lo que brillaba era su pureza, no como estado inicial de las cosas, sino como infinitud, posibilidad de ser. Esa pequeña bola de luz no era nada y así lograba ser todo. Los médicos, horrorizados, los padres, temerosos, todos con sus ojos entrecerrados, no pudieron ver. Tenían absolutamente todo delante de sus ojos, pero fue demasiado para ellos. Rápidamente el padre busco algo para cubrirlo, las mantas no servían, ni siquiera los parpados. Cerrar los ojos ya no era suficiente para contenerlo todo. El niño tenía sobre su frente un punto negro donde la luz no traspasaba. Un pequeño rectángulo, muy blanco, pero muy opaco. Una fina línea de luz apagada formaba garabatos sobre la superficie. Pronto se dieron cuenta que esos garabatos eran letras que formaban su nombre.

Papa y mama se lo llevaron del hospital, la gente que no lo conocía quedaba maravillada con su luz y se acercaban a los padres que extrañamente mantenían sus ojos pegados sobre la frente del niño. La mirada fija en su nombre. Si los que los veían seguían paso se iban contentos, alegres con la belleza que acababan de ver. Pero si se quedaban se empezaban a sentir incómodos con tanto brillo y pegaban su mirada en la etiqueta, buscando descanso. Cuando llegaron a la casa lo mismo pasó con su familia. Pero la pequeña etiqueta no era suficiente para que todos descansen su mirada.

La abuela, que ya había pasado por esta situación, sacó orgullosa de su bolsillo varias planchas de etiquetas, le dio una al abuelo donde éste escribió, "bosterito" y le clavo la mirada, la abuela le puso "varoncito" a la suya y ya no pudo ver nada más. Finalmente el padre escribió contento "ingeniero" y pego su frente al niño mirando solo esa palabra.

Con el pasar de los años el niño quedo cubierto de etiquetas y por fin la gente pudo vivir cómoda con tanta luz. Cada uno podía elegir donde posar su mirada, así donde algunos veían a un hombre sensible, otros veían una mujer valiente y algunos se quedaban con la mirada perdida en alguna etiqueta en blanco. Entretenidos mirando los diferentes nombres no se dieron cuenta de que la luz perduraba en sus ojos. En realidad, en todos los ojos un brillo asomaba. Las personas que miraban etiquetas le habían puesto una también, una que decía "miradas". Pero por más opaca que fuera no servía para tapar tanto brillo. La gente se pone incómoda con ella, miran hacia otro lado, en ella todo asoma, toda posibilidad todavía existe en la mirada, sólo hay que mantenerla.

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